Acomoda la montura, se sube al caballo, toma la caja de herramientas que le pasa un compañero desde abajo y empieza a andar campo adentro, metiéndose cada vez más en el barro. No es un cuento de Eduardo Sacheri ni una escena del Martín Fierro. Es la anécdota de un empleado de redes de una cooperativa del interior bonaerense, donde los caminos rurales quedaron intransitables por las inundaciones desde hace varios meses.
El cuadro se puede transpolar a otras regiones del país sin temor a perder autenticidad. Córdoba, La Pampa, el Litoral, Chubut, varias zonas del Norte, Santa Fe… si hubiese que cubrir en un mapa las zonas que no han sido afectadas por fuertes incidentes climáticos, poco quedaría en blanco.
«El problema de las inundaciones viene golpeando a todos y el sistema eléctrico no escapa a la realidad, los reclamos se multiplican, los accesos están casi colapsados, por ende se resiente el sistema con sus respectivas consecuencias. Por eso, se le recuerda a los usuarios rurales, en especial a los tambos, que tengan en óptimas condiciones los grupos electrógenos o tracto-usinas», explicaba algunas semanas atrás un directivo de la Cooperativa de Emilio V. Bunge, Provincia de Buenos Aires.
Una de estas tardes, un par de empleados debieron recorrer 90 kilómetros por ruta más 15 por tierra para cambiar un fusible a un usuario rural que, en realidad, está a 25 kilómetros de la localidad. Las federaciones sectoriales pusieron manos a la obra ante un fenómeno que se está volviendo recurrente.
«La situación no es nueva, hace varios meses que estas poblaciones, como el resto de las localidades del partido de General Villegas, vienen sufriendo a consecuencia de las lluvias extremas y la falta de obras acorde para su escurrimiento», alertaron desde Fedecoba, la federación que nuclea a esta y otras 200 cooperativas bonaerenses. El panorama había sido advertido en noviembre a los mandatarios municipales y provinciales.
En Corrientes, la Federación de Cooperativas salió a asistir a productores que quedaron literalmente bajo el agua. La situación se tornó desesperante al punto que más de 70 mil cabezas de ganado perecieron por falta de alimentos y se perdió cerca del 60 por ciento de la producción apícola.
En Tilcara, Jujuy, la solidaridad cooperativa se puso en marcha a través de la Confederación luego de que un alud de piedra y barro destruyera al menos 50 viviendas y obligara a evacuar a decenas de familias. Este tipo de fenómenos «golpea sobre todo a los sectores de menos recursos, que viven en los barrios periféricos», reconoció el jefe de Gabinete tilcareño y productor cooperativista, Javier Rodríguez. Esa ciudad jujeña es una de las pioneras en la Red de Municipios Cooperativos.
Atentas a resolver las necesidades más urgentes de sus comunidades todos los días, los esfuerzos de las cooperativas se multiplican en estas situaciones. No solamente en sus localidades. En 2012, un gigantesco y efectivo operativo de rescate de 100 mil usuarios de energía eléctrica permitió devolver el suministro luego de un tornado en el Oeste del gran Buenos Aires, área concesionada a otras empresas. Un año después, en La Plata, cooperativas de servicios, de salud y de trabajo recompusieron infraestructura y dieron atención sanitaria y humanitaria a una población devastada por un temporal que dejó 89 muertos.
Como presentamos en la anterior edición de LA GACETA DE COOPERAR, el año comenzó para varias localidades con caminos rurales convertidos en canales, rutas cortadas, campos inundados y poblaciones amenazadas por grandes masas hídricas que desbordan ríos, lagunas y arroyos.
Además de ponerse al frente de las advertencias y reparaciones en el área urbana, apenas acaecen las lluvias, las cooperativas deben reanudar el suministro en sectores rurales que quedan parcial o totalmente bajo el agua. En Bariloche, donde el 16 de julio se registró la mínima histórica (-25,4º), las cuadrillas de la cooperativa eléctrica (CEB) trabajaron bajo la nieve para reponer el suministro en varias zonas de la ciudad. Al cabo de pocas horas, restaba devolverlo a menos del 1% de la población.
Agotamiento
La problemática no es aleatoria. Parece ser, más bien, una serie de consecuencias estructurales del modo de producir y consumir a escala planetaria que ha degradado el ambiente como nunca antes en la historia de la humanidad.
En el documento Agenda 2030, Naciones Unidas reflejó con claridad la preocupación respecto al cambio climático: “El agotamiento de los recursos naturales y los efectos negativos de la degradación del medio ambiente, incluidas la desertificación, la sequía, la degradación del suelo, la escasez de agua dulce y la pérdida de biodiversidad, aumentan y exacerban las dificultades a que se enfrenta la humanidad».
En ese sentido, lo definió como «uno de los mayores retos de nuestra época» y alertó que «sus efectos adversos menoscaban la capacidad de todos los países para alcanzar el desarrollo sostenible». En definitiva, «peligra la supervivencia de muchas sociedades y de los sistemas de sostén biológico del planeta».
«El tiempo que tenemos para revertir esta destrucción es mucho menor que el tiempo que nos llevó provocarla», definió el dirigente del cooperativismo de trabajo y tesorero Cooperar José Orbaiceta. En la misma sintonía, en un artículo difundido por la Confederación su presidente, Ariel Guarco, subrayó que «defender el planeta requiere tener el valor de denunciar el origen de la degradación del ambiente y la inteligencia de mostrar caminos alternativos». Y alentó: «Las cooperativas pueden hacer ambas cosas».
Entre otras estrategias, con demostrado éxito en nuestro país y otros lugares del planeta, se enumeran la organización empresaria de consumidores y usuarios para promover otra forma de consumo, un sistema de innovación al servicio del desarrollo sostenible, incorporar las buenas prácticas de protección del ambiente en cada puesto de trabajo, participar desde la gestión del agua en la construcción de sistemas sustentables de gestión de las cuencas hídricas, construir una nueva matriz de energía renovable bajo el control de la comunidad y movilizar el trabajo local al servicio del reciclado de los residuos.
De acuerdo con la propuesta de la Confederación, las cooperativas agropecuarias deben preguntarse si las innovaciones biotecnológicas que se incorporan a la cadena de valor de alimentos y fibras son las adecuadas para garantizar la sostenibilidad de sus territorios.
Las cooperativas de electricidad deben discutir si la matriz energética es la apropiada y si las propuestas de innovación efectivamente tienen en cuenta los recursos y potencialidades de sus respectivos territorios. Las cooperativas de consumo deben ayudar a identificar cuándo una innovación sólo crea una necesidad ficticia o implica trabajo esclavo o degradación del ambiente.
A partir de la reflexión crítica sobre su propia práctica los distintos sectores del cooperativismo podrán estar en condiciones de llevar sus demandas al sistema de innovación de cada país.
¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones? A partir del interrogante que plantea el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si se puede reflexionar que «no llegamos aquí producto de una catástrofe imprevisible. Y no saldremos de la mano del mismo modelo que nos trajo. Las cooperativas debemos y podemos contribuir en una agenda para la defensa de nuestro planeta».