Hace exactamente cien años, en febrero de 1918, se inició una de las experiencias más emblemáticas del movimiento cooperativo de crédito: en Villa Crespo, nació la Primera Caja Mercantil, entidad que sigue viva en la filial de Credicoop localizada en dicho barrio porteño. Isaías Kohan, Marcos Eldestein y Jaime Bujman figuran en las primeras actas como los iniciadores de la entidad, la primera en su tipo en una zona urbana, fruto de la necesidad de encontrar ayuda para el progreso y el desarrollo de los trabajadores, comerciantes y vecinos, en su mayoría inmigrantes de origen judío. Sin capital propio, necesitaban del apoyo de pequeños créditos para poder concretar emprendimientos productivos, entre otras necesidades. El antecedente de la Primera Caja fue la Sociedad de Ayuda Mutua de Villa Crespo, fundada en 1916, una de las tantas organizaciones mutuales que agruparon a los inmigrantes llegados desde fines del siglo XIX a la Argentina (ver Hacer la América). Dos años después, se disolvió pero algunos de sus integrantes se reagruparon y crearon la Primera Caja Mercantil.
En un folleto publicado en 1943 con motivo del 25º aniversario de la Primera Caja, pueden rastrearse algunas de las vivencias de aquellos primeros tiempos:
“En las palabras y los argumentos de muchos socios se escucha claramente el tono de las organizaciones en las que los jóvenes activaron en el viejo hogar. Todos hablan de altos principios éticos de la humanidad, traen citas de libros y repiten ideas de escritores rusos. Se ve gente joven con ideales, gente que se avergüenza de comerciar pero que vive de su trabajo”.
El emprendimiento comenzó a crecer, al ritmo de un enclave urbano de gran actividad industrial y comercial. “La población judía de Villa Crespo fue aumentando, el número de talleres, fabriquitas y negocios fue creciendo con el transcurso del tiempo. Grupos de inmigrantes nuevos iban llegando y buscaban en que ocuparse. Fueron creciendo las ramas de actividades y el comercio, nuevas industrias empezaron a aparecer: tejedores, devanadores. En todas las calles y callejuelas se escuchaba el ruido de máquinas” afirma otro tramo del escrito.
Al cumplir su primer cuarto de siglo, la entidad contaba con mil asociados. Sin embargo, este número distaba mucho de la magnitud que alcanzaría años después. La voluntad de propiciar herramientas financieras genuinas para el desarrollo de la comunidad era su motor. “Las reuniones del consejo duraban desde las 8 de la noche a las 2 de la mañana, no se iban hasta tratar la última solicitud de crédito”, señalaba uno de los consejeros de la primera época, Bernardo Weisntein, en una entrevista del Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito (Archicoop). Antes que el lucro, se buscaba satisfacer las necesidades de los asociados y contribuir a la construcción de una economía más justa y equitativa. Por ello se considera a la Primera Caja como un hito fundacional en la historia del movimiento de crédito nucleado en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
En primera persona
“Entré a trabajar a la Primera Caja en 1958, siendo muy joven, y no me fui más”, dice Lydia Wisnicki, hoy miembro de la comisión de asociados de la filial Villa Crespo de Credicoop. Para entonces, recuerda, la caja ya registraba un importante movimiento y era una referencia indiscutida en el incipiente movimiento las entidades solidarias de crédito. De hecho, fue una de las entidades que formó parte del grupo de cajas que inició el Instituto Movilizador, nacido en 1958. Poco tiempo después, la filial Buenos Aires del IMFC comenzaría a operar en el primer piso del edificio que ocupaba la Primera Caja en ese momento, en la calle Drago 440. También había participado, en 1950, de la fundación de la Federación Argentina de Cooperativas de Crédito. Tobías Fainberg, Elías Zilber, Naum Segal, Meyer y Salomón Dubrovsky y León Kolbowsky, entre otros, fueron los dirigentes que forjaron desde allí su militancia en el movimiento cooperativo.
“La Primera Caja Mercantil era la caja más poderosa de ese entonces, era como un pequeño Banco Central de las cooperativas. Cuando una caja de crédito tenía dificultades recurría a la Primera Caja Mercantil para pedirle apoyo, préstamos. Y bueno, ahí jugamos un rol muy destacado empujando la creación del Instituto” recordaba Elías Zilber en una entrevista del Archicoop. También describía la forma de operar de la entidad: “La comisión directiva determinaba los créditos. El gerente traía la carpeta de crédito a la mesa, decía el nombre de la persona, lo que pedía y daba alguna referencia, y como era gente de la zona, generalmente la conocíamos. El conocimiento personal era el elemento determinante. Decían ¿es bueno? ¿lo conocen? ¿qué hace?. Bueno, tiene un negocio, vende camisas. Y sí, es una persona honesta, yo lo conozco. Prácticamente sin papelerío, se le entregaba inmediatamente el crédito, se le pedía una garantía, porque también había conciencia de que había que cuidar los dineros”.
“Entré a la Primera Caja en enero de 1967 hasta 1971, ahí me fui a la cooperativa de Villa Lynch. Antes trabajé en el IMFC”, relata Natan Szklar. Contador de la caja, cuenta una anécdota de aquellos días en que la entidad comenzaba a trascender las fronteras de la colectividad que le había dado origen. “Cuando venía una persona que no era judía y algún miembro de la comisión quería que esa persona obtuviera el crédito de todas formas, pronunciaban el nombre del candidato de manera que pareciera de la colectividad, para que los demás lo aceptaran. Se hacían las asambleas en idish. Después comenzaron a entrar integrantes de otros orígenes y eso se fue terminando”, recuerda.
Bastones largos
Israel Lipszyc fue presidente de la Primera Caja en 1966 y es otro de los integrantes de la entidad que aun conservan un vínculo con el movimiento. “Yo ya estaba graduado de contador y a principios de 1964 me llevaron a una asamblea de la Caja, me proponen, me eligen. Primero hubo una resistencia porque no tenía antigüedad, en ese momento me acuerdo que yo había pedido un crédito años atrás, entonces Pedro Axelrud, que era el gerente, buscó en las actas, me encontró, resultó que sí, yo era socio y fui electo presidente. Estuve hasta fin del 66, que me sacaron de la caja desmayado, tuve un infarto y no pude seguir”, relata.
La crisis de salud tuvo un motivo: como todo el movimiento cooperativo, la Primera Caja experimentó grandes dificultades a mediados de 1966, cuando estaba a punto de finalizar el imponente edificio ubicado en Corrientes 5233, de 104 locales comerciales y 92 departamentos. La obra, que finalmente pudo terminarse, fue la de mayor envergadura de la historia de la entidad, que se había constituido como cooperativa de crédito, consumo, edificación y vivienda. La imposición de normas restrictivas a la operatoria de las cajas cooperativas por parte del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía perjudicó seriamente a las cajas.
“Uno de los primeros ataques – dice Lipszyc- fue en la universidad pública (en el episodio conocido como La noche de los bastones largos), pero antes que eso, atentaron contra el movimiento cooperativo. Mediante acusaciones falsas, metieron presos a dirigentes de nuestro movimiento. La Primera Caja tenía 36 empleados, después del Golpe del 66 quedaron 5”. Oscar Guinsburg, asociado de aquella época, recordaba en una entrevista del Archicoop que, como parte del hostigamiento de la dictadura militar, un sábado de 1969 fue allanado el local de la Caja porque lo habían prestado para realizar una peña folklórica.
“Del primer golpe, el del 66, recuerdo que todos los socios querían retirar la plata y había que contenerlos, estar. Sebastián Wolf, uno de los dirigentes de entonces, avalaba con sus bienes la garantía de que se les iban a devolver los depósitos”, recuerda Wisnicki.
Manuel Wolf, hijo de Sebastián, no olvida el compromiso de su padre con la institución. “Esta gente de la que estamos hablando, estos inmigrantes, eran gente tan abnegada, tan comprometida con lo social. Mi padre trabajaba en tres instituciones. En vez de ir a almorzar a la casa iba a la cooperativa”. Manuel, que continúa con la empresa metalúrgica de su familia, tuvo su primera cuenta en la Caja a los 14 años.
Volver a empezar
Con el correr de los meses, se logró estabilizar los números, acercar a nuevos asociados y volver a tomar empleados. En 1967, Juan Carlos Junio ingresaba como cajero, luego sería ascendido a jefe de créditos y subgerente de la cooperativa. La vida cultural, por otra parte, era intensa: disertaron en la caja el historiador Ricardo Callet Bois, el crítico de arte Héctor Cartier, los humoristas Caloi y Marcucci, el doctor Alfredo Bauer, la escritora Nira Etchenique y el poeta Raúl González Tuñón. También actuaron la cantante Mercedes Sosa, la actriz Inda Ledesma, el grupo de jazz de Rubén Barbieri. Se organizaban constantemente exposiciones, proyecciones de películas, encuentros y fiestas, se fundó un coro polifónico (hoy Coro Credicoop). Lydia Wisnicki destaca iniciativas como la creación de la comisión de damas. “Fue un avance para las mujeres de entonces, porque en vez de quedarse en su casa iban a la cooperativa y participaban, organizaban charlas, realmente fue un desarrollo para ellas también”.
Adelaida Mauriz fue otra de las empleadas incorporadas en esa época: “A mí me tomó Lydia en febrero de 1975, primero fui al IMFC a hablar con Rafael Szir y me dicen que me estaba esperando. Bajo y Lydia estaba con una inspección del Banco Central, enloquecida de trabajo, me miró y me dijo “empezás mañana”. De aquellos años, donde la caja tenía alrededor de 8000 socios, Mauriz recuerda las posibilidades que la entidad brindó a muchos empleados, como comprar su primer auto, su primera casa. Susana Epztejn, incorporada al personal de la Caja en 1973, destaca la solidaridad y camaradería que había entre compañeros: su hermano fue preso político en la dictadura de 1976 en la ciudad de Paraná y entre los trabajadores se hacían colectas para que ella pudiera viajar a visitarlo.
Con la dictadura de 1976 volvieron las restricciones. Esta vez, la Ley de Entidades Financieras (en realidad un decreto dictatorial de 1977) exigía, entre otras cosas, capitales mínimos para las entidades que quisieran operar en el sistema bancario. Las cajas de crédito no contaban con el dinero requerido, entonces se optó por fusionar entidades para poder llegar al número exigido y transformarse en bancos.
“Fue una epopeya. Ese proceso no fue de un día para otro, en realidad la dictadura hizo todo lo posible para que desapareciéramos. Pusieron la norma de que había que juntar cerca de un millón de dólares de capital para que cada cooperativa fuera banco y los socios en esa época no tenían idea de qué era un dólar, un millón era imposible”, dice Gerardo Sevitz, que se había asociado a la Primera Caja desde muy joven. La fusión se dio con otras dos entidades de la zona: las cajas de crédito 11 de Septiembre y América del Sud. Entre las tres, dieron origen a la filial Villa Crespo de Credicoop, que, en 1979, veía la luz como banco cooperativo. Comenzaba un nuevo capítulo de la historia.
“No contaban con la astucia de dirigentes como Floreal Gorini, que planteó que la única posibilidad de salida era la fusión de una cantidad de cajas para juntar el capital que exigía el Banco Central. Eso nos permitió seguir. Hasta hoy me encuentro con gente que me dice ‘gracias a la cooperativa me hice la fábrica, me compré la casa, me desarrollé, hice estudiar a mis hijos’, todo a partir de ese crédito pequeño. Hay asociados que son la tercera o cuarta generación en tener cuenta acá”, dice Wisnicki. La esforzada siembra de aquellos pioneros, finalmente, dio sus frutos.
Fuente: Cora Giordana, Revista Acción.
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