El debate sobre la dificultad para acceder a los alimentos, en un escenario de alta inflación y concentración de la oferta, puso sobre la mesa la necesidad de abrir el juego a otros actores de la producción y el consumo de bienes básicos.
En ese plano, hay una multiplicidad de experiencias de cercanía y circuitos de economía solidaria de pequeña escala, que resuelven la demanda de distintos grupos de consumidores, y también hay empresas que comercializan un gran volumen de producción agroalimentaria y contribuyen a su democratización.
Así lo plantea Florencia Doná, del Departamento de Educación de Agricultores Federados Argentinos (AFA): “Cada alimento llega a la mesa a través de distintos sistemas complejos. Nosotros pensamos nuestro aporte desde la producción y el consumo sostenible, el arraigo territorial, la soberanía y la democracia.”
La soberanía alimentaria sube un escalón respecto de otro concepto difundido, como es la seguridad alimentaria. Este último se relaciona con asegurar la accesibilidad a los alimentos para llevar adelante una vida activa por parte de todas las personas, en tanto la soberanía va más allá de la disponibilidad: apunta a que cada comunidad pueda decidir cómo alimentarse de acuerdo con sus costumbres, su cultura y sus necesidades nutricionales.
Finalmente, al permitir la participación de todos los actores de la cadena agroalimentaria, el cooperativismo es un modelo apropiado para avanzar sobre la democratización de ese sistema, tal como plantea el presidente de Cooperar y de la ACI, Ariel Guarco, en su libro Principios Cooperativos en Acción frente a los Desafíos de la Agenda Global.
En una exposición previa al Congreso Cooperativo Mundial, que se realizará del 1 al 3 de diciembre en Seúl, Corea del Sur, Doná ejemplificó que AFA nació de la unión de 28 pequeños productores asociados y hoy nuclea a 40 mil pequeños y medianos productores de la agricultura familiar. En conjunto, comercializaron el año pasado 6 millones de granos.
“Cada uno por su lado, no tiene escala suficiente para lograr ese posicionamiento en el mercado granario. Todos juntos, pueden competir con grandes empresas. Los productores confían en su cooperativa porque tiene permanencia en el territorio y en la producción. No es una empresa de ocasión, la cooperativa está siempre.”
Además del comercio de granos, AFA encaró hace algún tiempo el desafío de agregar valor a la producción y, por otro lado, de cerrar el ciclo con llegada directa a los consumidores. En cuanto al primer desafío, abrió unidades de negocios vinculadas a la fabricación de alimentos balanceados, nutrición animal, mejoramiento génetico, red de ferias de remate ganadero y carnicerías propias.
A su vez, merced al aumento de la productividad en granos, sobre todo soja, levantaron una planta de extracción de aceite y lanzaron una marca propia –Zanoni- que es uno de los puntos fuertes de la división Alimentos de la Cooperativa. Una planta clasificadora de legumbres con aduana en planta y un molino harinero de alta tecnología son otros de los elementos que fue agregando a su estructura esta empresa cuya propiedad recae en 40 mil productores de todo el país.
“Estos pequeños productores demuestran que, a través de la organización cooperativa se pueden constituir empresas de gran escala, que sean competitivas en el mercado pero con identidad propia. Empresas que no son gestionadas de una lógica especulativa que pueden mantener el equilibrio adecuado entre empresa y asociación”, sostiene Doná.
Nuevamente, la democracia es el valor diferencial de este modelo. En el caso de AFA, 390 asociados participan de forma directa del gobierno y administración de la cooperativa, a través de 26 centros cooperativos primarios cuyos líderes integran el Consejo de Administración central. Cada centro primario tiene, por otro lado, un consejo asesor local que lleva al territorio las resoluciones del Consejo central.
“La participación de los productores asociados en la gestión de su cooperativa los transforma en agentes directos de democratización de los sistemas alimentarios. Esto está muy vinculado, a su vez, con una fuerte inversión en capacitación y con el impulso a la participación de los jóvenes.”
Este modelo es uno de los tantos que tiene el cooperativismo para ofrecer, no solo a nivel nacional sino también a nivel mundial, a la hora de democratizar el sistema agroalimentario y permitir el acceso de la población a alimentos sanos y a precios razonables. En palabras de Doná: “Cada cooperativa, desde su territorio, con su cultura, con sus mecanismos, tiene que hacer su camino para contribuir a este objetivo global”.