

Carlos A. Mansilla
El desarrollo rural norteamericano no se puede explicar sin las cooperativas eléctricas, donde los productores agropecuarios se juntaron y mediante sus empresas comunitarias son responsables del 70% de la electrificación rural y del consiguiente desarrollo estadounidense. También pasa lo mismo en Argentina, en Costa Rica y en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Pero lo destacable también es que en Asia así funcionan las economías híper desarrolladas. Colaborando. Cooperativamente.
El “milagro” de Corea del Sur, con su desarrollo agropecuario después de una guerra que arrasó el país. Y el de Japón. Países que no tienen grandes extensiones de tierra cultivable y sin embargo generan alimentos para todos sus habitantes. Y en gran parte bajo la forma cooperativa.
Incluso la democracia más grande del mundo como es la República de la India, en palabras de su primer ministro, Narendra Modi, su gran desarrollo se explica a través de la creación de las que hoy son la cooperativa láctea (Amul) y de fertilizantes (IFFCO) más grandes del mundo. Líderes en ese gran país, y con influencia en toda la región: “Hoy nosotros estamos combinando el poder del gobierno y las cooperativas para hacer a la India una nación desarrollada”, nos dijo Modi en noviembre, cuando lanzamos en noviembre el 2025, Año Internacional de las Cooperativas proclamado por Naciones Unidas.
Los ejemplos de las “finanzas éticas” en Europa, en países como Francia, Alemania, Holanda tienen más del 25% del ahorro de las familias depositadas en cooperativas, en algunos lugares desde hace más de 100 años. Y los Estados no solo las reconocen sino que las promueven. Incluso existen legislaciones y directrices de la Unión Europea que así lo hacen, igual que la generación y consumo de energías renovables bajo esta forma solidaria donde se prioriza el consumo sostenible y la reinversión cuidando el ambiente.
La fortaleza de los consumidores italianos, finlandeses, ingleses, que mediante el control de sus cadenas de supermercados cooperativos, al regular el mercado de alimentos y productos del hogar contribuyen con el crecimiento de la “democracia económica”, aspecto que resulta complementario de la democracia política y que si está ausente de los resultados en la vida diaria de las personas, las propias democracias tambalean. Hoy las crisis económicas mundiales hacen dudar a muchos ciudadanos respecto a la capacidad de la clase política dirigente “tradicional” y del capitalismo salvaje de proyectar un futuro próspero.
El Edén no existe. ¿Y el camino al Edén tampoco? ¿Ese horizonte que nos movilizaba, para dónde queda? El capitalismo financiero predominante en nuestro mundo parece no terminar de conformar a los ciudadanos. Parece no importarle tampoco. Y a muchos ciudadanos tampoco.
Por eso la crisis de representación ¿En quién confiar entonces? En nosotros.